domingo, 23 de febrero de 2014

RELACIÓN CON LA LITERATURA

  EL DIÁLOGO DE LA LENGUA DE JUAN DE VALDÉS

Juan de Valdés nació en Cuenca a fines del siglo XV. Lo cierto es que no poseemos demasiados datos biográficos acerca del autor. Sabemos que su hermano Alfonso va a la corte y se piensa que Juan pudo acompañarle. Juan de Valdés formaba en 1523 parte de la servidumbre de don Diego López Pacheco, marqués de Villena. Su educación corrió a cargo del consejero espiritual del marqués, Pedro Ruiz de Alcaraz, que sería, posteriormente, procesado por la Inquisición. Completó sus estudios en la ciudad de Alcalá de Henares y, como señala Juan Lope M. Blanch, es ahora cuando comienza su relación epistolar con Erasmo de Rótterdam. Su única obra de contenido no religioso es el Diálogo de la lengua (1535). Su Diálogo de la doctrina christiana (1529) tuvo una muy mala acogida por parte de la Inquisición, tal fue así, que tuvo que huir a la corte del Papa Clemente VII para, posteriormente, reunirse con su hermano Alfonso, cosa que jamás llegó a suceder, pues Alfonso falleció antes de que se encontrasen. El emperador Carlos V nombró a Juan de Valdés archivero de Nápoles donde falleció. Muchas obras del autor se han perdido pues no era seguro para él enviarlas a la imprenta, sin embargo, sí se publicaron algunos libros suyos después de su muerte en 1541. Otras obras del autor son: Alfabeto cristiano (1546) o Ciento y diez consideraciones divinas (1550).




La Prose della volgar lingua (1525) de Pietro Bembo tuvo que influir decisivamente en Juan de Valdés, sin embargo, llama la atención que Valdés tuviera en tan poca estima la normativa que mostraba laGramática castellana (1492) de Antonio de Nebrija porque piensa que cambia muchas palabras castellanas por vocablos latinos; además, desacredita lingüísticamente a Nebrija por ser andaluz, puesto que piensa que en Andalucía no está ‘el castellano muy puro’. Hemos de recordar que Juan de Valdés era fiel seguidor de las enseñanzas de Erasmo de Rótterdam. El diálogo es una de las formas literarias más utilizadas por los erasmistas en el Renacimiento. Tres son los tipos de diálogos que podemos encontrar: platónico, en donde un maestro transmite unas enseñanzas a sus discípulos, normalmente, de carácter filosófico; ciceroniano, diálogo en el que el maestro emite un discurso expositivo que es interrumpido por los discípulos para que se les aclaren determinados aspectos; y, finalmente, el diálogo lucianesco, que inserta elementos fantásticos y crítico-humorísticos en un diálogo platónico.


La obra es un diálogo de cuatro personajes de distintas nacionalidades (dos españoles y dos italianos) en el que llama la atención la cordialidad existente entre ellos. La obra comienza con una brevísima introducción en la que casi se solapan la preparatio y la prepositio y a la que siguen ocho capítulos que tratan sobre diversas facetas de la lengua. Destaca que las opiniones que Valdés emite acerca de los diversos problemas lingüísticos que le plantean sus interlocutores han sido sorprendentemente acertadas en gran parte de los casos, pues el tiempo le ha dado la razón. El lenguaje ha evolucionado confirmando sus elecciones y posturas ante cuestiones de tipo ortográfico, estilístico, léxico, literario, gramatical e incluso sobre la génesis de la lenguas vernáculas de la península ibérica.
Este diálogo sobre la lengua castellana se desarrolla en un lugar apartado, en la sobremesa. Los contertulios piden a Valdés que les aclare diversas dudas sobre algunas cuestiones de tipo lingüístico que les originaron las cartas que Valdés les escribía desde Italia. Se percibe un claro rechazo a la pedantería y la erudición, en esto influye que Valdés no se considera un sabio, puesto que piensa que el conocimiento que un hablante posee del idioma queda graduado a través del uso y, con todo, no ve propio responder preguntas sobre algo que aprendió con el uso y no en los libros y escritos, aunque finalmente accede a debatir sobre las cuestiones que se le proponen. Hemos de señalar que el personaje de Coriolano es un novicio de la lengua castellana, Pacheco es un español y Harcio, un curioso de ella. La polémica surge porque no es Valdés un gramático ni un teórico sino que sabe castellano por el simple, pero juicioso, uso que hace de la lengua. Y una forma de enriquecer nuestro conocimiento lingüístico es a través de la buena literatura pero, si este uso basta para los que tienen el castellano como lengua materna, no es suficiente para el extranjero, pues necesitará acudir a los libros ‘para hacerse buen estilo’.
Valdés critica duramente a la famosa Gramática de Nebrija que se publicó en 1492 por su novedad, en cambio, alaba el uso de los refranes pues, según él, es una sabiduría avalada por siglos de historia y conocida por el pueblo, aunque como veremos más tarde en el Quijote, la continua inserción de romances en el parlamento denota una pobre cultura, algo que ya se aprecia en el Diálogo de la lengua porque Torres, un personaje poco cultivado, acepta de muy buena gana que Valdés tenga a los refranes en tanta valía. Así, el protagonista prefiere el ‘escribo como hablo’, es decir, escribir como se pronuncia, sentencia que se habrá de hacer famosa. 
Podemos considerar que el Dialogo de la lengua es un libro de estilo basado en la propia experiencia personal del autor que se sitúa contrario a las normas tradicionales. Permítaseme cerrar la reseña con una cita de Lore Terracini: ‘Podemos afirmar que [...] el diálogo de la lengua constituye el testimonio y al mismo tiempo la norma libre del uso del español en los comienzos del siglo XVI’. Nada más cierto, es una joya, un documento de incalculable valor filológico y cultural.






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